En diciembre pasado, en el ámbito de la FCVyS-UADER, Diana Laura Villa recibió su título de Podóloga Universitaria. Ella reside en Villaguay e integra la Comunidad Y-Jaguar-Î del Pueblo Nación Charrúa. Su trayecto por la casa de estudios y su testimonio sobre las dificultades que debió sortear, pueden inspirar a otras personas con ancestralidad indígena, a que reclamen y ejerzan sus derechos.
Una historia de autorreconocimiento y lucha por la identidad
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La interculturalidad, entendida en términos generales como un proceso donde diversas expresiones culturales dialogan, interactúan y se respetan mutuamente, es un desafío que todavía no asumen plenamente las instituciones del sistema universitario argentino. Menos aún si ello implica modificar estructuras tradicionales de la educación superior o tener que revisar de raíz algunas concepciones y fundamentos del andamiaje educativo.
Con todas las dificultades y aprendizajes que conlleva, la Universidad Autónoma de Entre Ríos (UADER) resolvió en 2019 empezar a caminar en ese sendero: creó el Programa de Interculturalidad y Pueblos Originarios –hoy jerarquizado como un departamento de la Secretaría de Integración y Cooperación- para formalizar, en principio, el acompañamiento a algunas demandas e intereses de las comunidades del Pueblo Nación Charrúa que habitan el territorio provincial.
En este recorrido, una historia personal, la de Diana Laura Villa, abre nuevas preguntas para que la Universidad profundice su compromiso con la interculturalidad. Ella reside en Villaguay, integra la Comunidad Y-Jaguar-Î y en diciembre del año pasado recibió su título de Podóloga Universitaria, otorgado por la Facultad de Ciencias de la Vida y la Salud de UADER.
Su testimonio forma parte de la serie UADER Podcast «Historias en notas de voz», que produce la Secretaría de Comunicación.
«Tengo 36 años y mi familia está compuesta por 4 hijos y Mauro, mi compañero. Cuando empecé la Universidad, en 2013, trabajaba vendiendo pastelitos de copetín, ya que mi mamá tenía un emprendimiento. También había rendido para ser agente sanitaria indígena de Nación y como inspector de tránsito en la Municipalidad de Villaguay«, repasa Diana y enseguida marca su perfil activo e inquieto.
«Cuando aprobé el propedéutico también empecé a trabajar (en ambos lugares para los que había rendido), así que dejé de vender los pastelitos«, recuerda. La carrera avanzó, pero «para el último cuatrimestre tenía que viajar a Paraná a rendir las prácticas profesionales, llegó la pandemia y como mis dos trabajos son de primera necesidad, no me permitían faltar. Tuve que dejar de ejercer como agente sanitaria para terminar mis estudios y recibirme en 2020«.
Hasta acá, una historia similar a muchas, de esfuerzo y compromiso, con dificultades y elecciones que imponen las necesidades. Pero claro, Diana venía con la carga extra de su historia de autorreconocimiento indígena, de esa identidad familiar que fue emergiendo en su vida, en una sociedad que, casi siempre, busca invisibilizarla.
«Yo me crié con mi papá, mi mamá y cuatro hermanos, siempre entre primos, tíos, abuelos y sobre todo fui contemporánea de una bisabuela (los charrúas dicen que somos longevos); siempre con ese vínculo cercano que nos hizo vivir la infancia dentro de la cosmovisión charrúa«, dice en referencia, más que nada, a que «había fechas particulares marcadas en el calendario, eventos, nacimientos, muertes, que había que hacer ciertas cosas; o los fines de semana íbamos a juntar yuyos, hacíamos el proceso de secado y el armado de la medicina, siempre como algo natural, dentro de mis vivencias de la infancia; así es como siento mi ancestralidad«.
El trayecto, entonces, empezó a hacerse más sinuoso. «El autorreconocimiento está marcado por la forma en la que fui criada, que para mí era algo normal, pero cuando creces y comparas con las infancias de otros amigos, te vas dando cuenta que lo tuyo es diferente. Ninguno se pasaba un fin de semana picando hierbas, curando con quemadillo, yendo un día entero al cementerio para recordar a los que ya no están, o en las huertas para ser autosuficiente, algo que era muy importante para mis ancestros, o saber cómo matar y limpiar un animal, todo porque de alguna manera los abuelos sin darse cuenta te enseñaban a sobrevivir«, afirma Diana.
Y allí no termina todo: «Después te marca mucho lo social, la escuela, donde te mandan a hacer un trabajo práctico sobre el origen de tu apellido, en qué barco vinieron tus abuelos. Y yo no tenía cómo explicarlo, se te empiezan a despertar cosas. En eso me ayudó mi bisabuela, que terminó la primaria a los 80 años. ‘Y qué vas a poner, m’hija, si vos sos una india vieja, somos indios nosotros’, me decía«. También entra en escena el bullying, «cuando algunos maestros decían ‘se portan como los indios’, eso te marca«.
La adolescencia llegó con la dosis de rebeldía que parece inevitable: «A mis 15 años había fallecido mi bisabuela, que tal vez tenía más de cien años, y después mi abuelo, muy joven. Esos golpes me hicieron poner rebelde. La familia quedó como una veleta, sumado a la tecnología y la sociedad que avanzan, con la pérdida de los montes que hacen que nuestra cultura se repliegue y sea más difícil acceder«.
Y como tantas veces, la Universidad Pública abrió una y mil puertas: «Empecé a estudiar a mis 27 años, después de ir encontrándome con otros hermanos que se autorreconocen indígenas, hablar del tema con ellos, de las comunidades que había en Villaguay, los pocos derechos. Y así decidimos, en 2014, ponerle nombre a nuestra comunidad y mostrársela al Estado. Llegamos a conformar cinco clanes, con las familias Villa, Velázquez, Verón, Micheloud y Villalba«.
Diana se sumerge en el relato de su experiencia universitaria: «Se hizo muy visible la comunidad. A la par, ingresé como agente sanitaria indígena y como en Villaguay no había ninguna, se empezó a acercar gente por consultas de salud. Fue muy lindo. Empecé a entender cómo sobrevivieron otros clanes al avance del Estado argentino sobre nosotros. La primera vez que me preguntaron sobre pueblos originarios, sobre mi ancestralidad, fue en una encuesta de UADER. La contesté re feliz. Lo hice visible y de alguna manera fui interpelada por eso, cómo, de dónde, qué sangre pura tenía, si tengo parte africana por los rulos, me cuestionaban, por mi rostro, mi forma de hablar, hasta por cómo pensaba y aprendía. En un principio me dolió porque había cosas que no podía responder, porque no es fácil que te interpelen por tu cuerpo y tu identidad«.
Las consecuencias fueron más allá, pero de todas las experiencias pueden brotar aprendizajes y oportunidades: «Tuve que viajar a Junín de los Andes, convocada para trabajar sobre la Ley N°26.160 que habla del territorio comunitario. Era época de mesas de parciales. Fui motivo de burla. Una docente en plena evaluación le preguntó por mí a un compañero y él le dijo ‘se fue a bailar con los indios’ … se burlaron compañeros y autoridades, al punto de que realmente pensé en abandonar la facultad. Por suerte me encontré con buenas personas en la Secretaría de Bienestar Estudiantil, como Dafne Cis, que con mucha sororidad me hizo entender que hay gente con mentalidad muy cerrada, pero que las cosas estaban cambiando y que para eso tenía que hacerme ver, no irme«.
Y Diana no se fue y se hizo ver. «Esa situación me hizo entender que hay una lucha para dar. Empecé a pedir becas para los pueblos originarios, armé un listado para que sepan quiénes somos, que sepan que aprendemos de otra manera, no leyendo sino más bien escuchando, tenemos mucha memoria visual y auditiva, y es complicado cuando sólo se adopta el estudio tradicional europeo. Así también empezaron a aparecer otras temáticas para mí: el derecho al cuidado de terceros, el derecho al trabajo, me cambié de la sede Villaguay a Paraná por esas cuestiones de discriminación, empecé a dar talleres de identidad, a hablar sobre el trato a los pueblos originarios, a trabajar la salud pública desde su perspectiva, a señalar fechas claves del calendario indígena«.
Llevó tiempo y esfuerzo, pero en Paraná las cosas fueron, para bien, diferentes a Villaguay. «Te afecta muchísimo autorreconocerte delante de cualquier organización. En la Universidad fueron mis primeras estocadas sociales que me dolieron, pero después ya no. Si hay tormenta, hay gente que mandamos a que la corte«, dice Diana entre risas. «Una se tiene que fortalecer y debo reconocer que en mi proceso de crecimiento hubo acompañamiento de la Universidad, porque también la Universidad empezó a cambiar y a abordar temas diferentes. Gracias al espacio de Interculturalidad he tenido la posibilidad de hablar de salud con referentes de la Organización Panamericana, hemos trabajado durante la pandemia llevando alcohol, lavandina y barbijos a comunidades donde ni siquiera el Estado estuvo. Y sí la UADER«, reconoce sintiéndose parte.
Diana tiene mucho para decir y en esa expresión es como si fuera al mismo tiempo procesando las vivencias y reafirmando su convicción y su identidad: «El Estado argentino, a través de la educación, ha logrado que las personas de este territorio no tengan una identidad muy clara. Y cuando algunas personas sí tenemos esa posibilidad de conocer nuestra raíces, la gente se asusta, porque aparecen cuestionamientos. Mi familia es preexistente al estado, mi tatarabuela se llamaba Laurentina y estuvo cuando supuestamente se fundó Villaguay, que en realidad no tuvo fundación y siempre fue un asentamiento indígena. O sea, la gente que vino de Europa se asentó donde ya había gente. Y más allá de que los charrúas eran un pueblo guerrero, ninguno mató a quienes vinieron, al contrario, se los cuidó. Y muchas de las rutas que transitan hoy los entrerrianos, eran caminos charrúas, pero el estado no lo reconoce a eso«.
De cara al futuro, la podóloga universitaria que va dando sus primeros pasos profesionales quiere «seguir en la lucha por los derechos de mis hermanos, que tengan acceso más libre a la salud europea y a la salud ancestral y que ésta sea reconocida por el estado, que nuestras sanadoras sean reconocidas; también quisiera que nuestros chicos puedan estudiar y que se les respete su identidad». Como podóloga «me gustaría estudiar el pie de las personas que todavía son trashumantes y viven en las costas del río Gualeguay, cómo se va transformando su pie sin el uso de calzado». Pero el sueño más grande es que «dentro de la Universidad haya un taller, un cuatrimestre o un área donde se pueda hablar de los derechos de los pueblos originarios dentro de la salud».
Para cerrar, Diana ofrece un mensaje a otras personas de comunidades originarias: «La Universidad Pública es una gran oportunidad, más en UADER con el abanico de carreras que hay para estudiar en forma gratuita. No es fácil, porque aprendemos de otra manera, pero no es imposible. Hay muchas herramientas acá para garantizar derechos, porque muchas familias de pueblos originarios son muy humildes y con esto se puede dar batalla al estado y ser escuchados. Por eso los invito a que estudien, a que conozcan la universidad. Como ex alumna siempre estaré dispuesta a que me convoquen para ayudar a otros estudiantes«.
Fuente, fotos y podcast: Universidad Autónoma de Entre Ríos